Esbozo para una semiótica del anillo de bodas.
El anillo de bodas está atravesado por un lenguaje semiótico más o menos estable. Su razón de ser no es otra que la del símbolo. El grado cero de la funcionalidad. Su valor como objeto precioso descansa justamente en que no sirve para nada. Nada de utilidad práctica, ni sistema productivo, ni servicio estructural. Es el ornamento-signo por excelencia. La joya sagrada en las estanterías profanas de la bisutería de Tiffany, Tacori, Kay Jewelry y Shane Company: pendientes, cadenas, eslavas, relojes, todos accesorios exorcizados del aura místico religiosa que antaño los poseía. El anillo de bodas sin embargo, resiste la desacralización absoluta. El ritual de su intercambio solo es válido en el marco encantado de una ceremonia.
Pero ¿Cómo es que se escribe el lenguaje de los anillos en la cultura material contemporánea?
Existe un código de material en el que residen todos los significados económicos. El standing del anillo es metalúrgico. Es decir que las propiedades del metal son las que más inciden en la simbolización del prestigio. Color, duración, pureza, espesor, anchura, incrustaciones, son las variables que se aplican a una gama creciente de metales, que van desde la plata pura, para aquellos con un presupuesto ajustado, hasta el platino; pasando por una nómina exótica que incluye al paladio, el tungsteno, el zirconio y el titanio. No obstante, el oro sigue ocupando un lugar especial. Es la materia clásica de la joyería nupcial. De hecho, en el folclor inglés se creía que era de mala suerte, o incluso ilegal casarse con un anillo forjado con algo distinto al oro. En Europa, aquellos que no podían pagar un anillo de oro, eran provistos con uno, que se les retiraba inmediatamente después del ritual. Pero la maldición o la ilegalidad no son válidas en la actualidad. En el discurso de las joyerías, la lógica de la ostentación y la diferencia socioeconómica se disimula bajo el discurso de la duración. En una transacción económica mundana, la única justificación para ofrecer materiales extravagantes es esa propiedad no perecedera de todos los metales: Life is too short, and love is too long to settle for anything less. Platinum Savvi. Find the ring that fits your love and your life. La perennidad del metal es la base mitológica para el consumo del anillo moderno.
El segundo código es de colocación. El anillo tiene una posición asegurada en el anular diestro o zurdo, según la tradición que prescriba la ceremonia. Es el dedo del corazón, el digitus quartus o la “vena amoris” de los romanos. Un anillo que se porta en otros dedos es una aberración del código. Una herejía semiótica, la retórica del código o, cuando menos, un anacronismo renacentista. El pulgar moderno resulta demasiado plebeyo para coronarlo con la argolla.
Adicionalmente, también existe un código de diseño. El contorno redondeado, símbolo del tiempo eterno y circular, se construye por contraste al diseño del Solitario de Compromiso. No hay una piedra dominante. Es un diseño liso, o incrustado con una línea de pedrería diminuta. Algunas otras configuraciones que se ajustan a esta composición admiten los surcos labrados o los arreglos intricados de inspiración rúnica o celtica. El anillo moderno queda así sujeto a una lógica del styling. Lo clásico y lo chic tienen derecho de coexistencia siempre y cuando no se confundan con el anillo de compromiso, porque el riesgo del Solitario es ofuscar el casamiento con la promesa, la esposa con la prometida; en una palabra, el riesgo de un conjunto de tramas y equívocos en el estado civil, vehiculada por la imprecisión significativa de los signos del diseño.
El anillo de bodas también está inscrito en un código de género. La joyería nupcial es heterosexual. Un anillo macho y otro hembra. Los anillos no se manufacturan más en unidades, en tríos, o con un diseño simétrico, porque el tamaño del contorno siempre sugiere la diferencia de los sexos. El anular robusto y masculino o la esbelta figura del dedo femenino.
Todos esos códigos construyen la semántica muda del anillo: la huella digital del estado civil, el estatus, el amor, la posesión, la afiliación religiosa, o la duración de la relación. Pero quizá, el deleite final del desciframiento de los códigos sea siempre el guiño retorico, en este caso el guiño de la publicidad: Affinché morte non ci separi:
David Zuleta
Septiembre: Mes del Amor y la Amistad
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